lunes, 8 de marzo de 2010

Anestesia


Y al séptimo día descanso... No, ni eso está permitido en esta perpetua cárcel de indómita angustia con barrotes labrados en el más ferreo, deforme pensamiento.

Atrapada, los días pasan sin remedio... Huyo sin descanso, siempre estoy huyendo o, al menos creo que lo hago. A veces, he logrado estar tan cerca, pero está enorme espiral todo lo abarca, todo lo absorbe y cuando menos lo espero, de nuevo, he caído bajo su influjo. Al principio sólo la reconocía, pues únicamente nos habían presentado. Después comencé a tratarla y, por un motivo que no acierto a comprender bien aún ahora, parecí cogerle cariño. Sin conocerla demasiado le entreabrí mis puertas y ella hizo el resto; se coló rauda y veloz, y se instaló con todo lujo, sin ninguna pretensión de marcharse; resultó ser el más dañino y constrictor de los parásitos que jamás me haya topado, pero ahora, ahora es diferente; por fin estamos en igualdad de condiciones: nos vemos las caras como en un duelo a muerte que yo voy a ganar. Por fin voy a echarte, aunque...

Después de ser arrasada por la falsa y dañina anestesia que enmascara, emborrona, lucha con todo su ahínco por esconder aún más profundo aquello que únicamente debiera ser desenterrado, extraído de cuajo, sin miramiento, de las entrañas. Librarla de esos ya enraizados tentáculos casi necrosados la dejaría sangrante, pero sanaría al menos... de veras... en algún momento, en menos tiempo. ¿O quizá estoy sangrando ya? Y por ello ahora la regurjito, ahogándome entre mis propias babas -y lo que es peor- por voluntad propia con su opiáceo veneno ...

No quiero más elixir evasivo sintetizado por mi propia culpa,
no si pago ya así sus efectos: absoluto desconocimiento, alienación y desquiciamiento. Versus confrontación, enfrentamiento, responsabilidad.

Después de la anestesia llega la acción y con ella la redención, merecido alivio del alma torturada.
O lo que es lo mismo, después de la tormenta llega la calma y...

¡qué siga aquí por mucho tiempo!

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